Nuestra parroquia El Buen Pastor ofreció el retiro de Cuaresma “La Palabra habita en nosotros”, a cargo de la comunidad Fuente de la Divina Misericordia, como preparación para vivir el Triduo Pascual.
Si no pudiste asistir, te compartimos un resumen de cada día en que se desarrolló la prédica y esperamos poder decir con un corazón renovado “¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad resucitó!”.
Lunes, 09 de marzo
Tema del Retiro: La perspectiva del amor
Charlista: Katia Liberato.
La perspectiva del AMOR – ¿Cómo habita la Palabra en nosotros? Dios es la Palabra, la Palabra se hizo carne y esa Palabra habitó entre (en) nosotros. Jesucristo es la Palabra – hijo del Padre. Así manifestó Dios su inconmensurable amor por nosotros.
Dios es amor. No hay una representación física de Dios, pues Él es eso, amor. Si no sabemos lo que es la Palabra, no la podemos dejar habitar en nosotros.
Como seres humanos pecadores, no estamos capacitados, facultados, para ver a Dios cara a cara.
El amor de Dios se manifiesta a través de la Misericordia Divina, una misericordia muy distinta a la que podemos tener nosotros los seres humanos.
El amor de Dios no es acomodado a mis intereses, es un amor que duele y que requiere sacrificio, como lo hizo Dios al darnos a su Hijo: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Quien vive el amor de Jesucristo en su vida, conoce entonces el amor del Padre.
Nuestra vida se hace prospera cuando sembramos amor por todas partes. Se manifiesta especialmente en los pequeños detalles, en la cotidianidad, en lo simple.
Fuimos creados por amor y por ello la semilla del amor está en nosotros; por más pecadores que seamos, somos capaces de dar (y recibir) amor a los demás. Para esto debemos arrepentirnos de nuestros pecados y reconciliarnos con el Señor.
Una persona que se sabe amada y querida por Dios, no tiene nada que temer, pues quien está con uno es el mismo Creador, el que nos perdona; estamos llamado a creer en Él y seguirle.
Estos son cuatro elementos que nos ayudan a entender el misterio eterno del amor de Dios:
1.- Descubrir el amor de Dios:
Acabemos de entender que su Divina Misericordia es eterna. Nada en Dios es falta de compasión, sino pura sanación (física, emocional, espiritual). Nuestra vida depende del amor de Dios.
2.- Aceptar el amor de Dios – dejarlo entrar y accionar en nuestras vidas.
Aceptar la misión que Él nos encomiende. No podemos dar lo que no tenemos, por tanto, aceptar el amor de Dios es lo que nos faculta para luego poder darlo a los demás, especialmente a los más cercanos.
El que no revela a los demás el amor de Dios en su vida es un hipócrita. Cuidado con creernos merecedores del amor de Dios. Su amor lo recibimos por pura gratuidad; es Gracia, Divina Misericordia.
El amor de Dios inquieta, no es pasivo, no es cómodo, es activo, es fuego, es movimiento. Solamente el amor da valor a nuestras acciones. Preguntémonos a nosotros mismos… ¿Nos sentimos cómodos y pasivos en nuestra práctica de vida cristiana?
Cierra tus ojos y piensa en todas las cosas que Dios ha hecho por ti, en tu vida y dale gracias a Dios.
3.- Hacer del amor de Dios una experiencia personal.
La presencia de la Palabra de Dios la reconocemos probándola, poniéndola en práctica, haciendo las obras que estamos llamados a realizar como cristianos (ojo: que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha).
El amor de Dios se manifiesta en la acción, asimismo debe manifestarse en nosotros, por las acciones, por amor, en favor del prójimo, de los más necesitados. Dios nos hizo para ser felices y la felicidad más plena es aquella que sentimos al ser amoroso con los demás, cuando nos damos a los demás.
La confianza es la base para seguir a Dios e identificar todas las formas en como Él derrama su amor y su Divina Misericordia en nosotros. ¿A la luz del amor de Dios, sientes que eres feliz?
4.- Confiar en el amor de Dios (compartirlo).
La parábola del hijo prodigo es el mejor ejemplo de lo que es el amor del Padre. Cuando confiamos en el amor de Dios, todo a nuestro alrededor es fecundo. Sabemos que, al permanecer confiados en el amor de Dios, no hay forma de quedar defraudado. Al confiar en el amor de Dios quedamos facultados para ser amorosos con los demás, en el hogar, en el trabajo, en la comunidad, en la sociedad y donde quiera que nos toque estar. Ahora bien, debemos mantener nuestra mirada permanentemente en Cristo Jesús, en Papá Dios y sólo en Él.
Reflexionemos: ¿Cómo estoy dejando que Dios haga su obra en mí para que se puedan ver frutos en mi vida?
Oremos por nuestras familias y por las familias del mundo entero, pidámosle a Dios que siga formando familias buenas, respetuosas, equilibradas, amorosas, donde lo correcto se aplauda y lo incorrecto se corrija fraternalmente.
Martes, 10 de marzo
Tema del día: Las cosas que nos hacen perder la gracia.
Charlista: Junior Francisco
La gracia es el favor, el don de Dios al hombre pecador. Es la obra de Misericordia Divina más grande que podemos recibir. Es la manera en la que Dios busca que el hombre pueda reconciliarse con Él.
Es el hombre, en su debilidad humana, el que pierde la gracia santificante de Dios.
El pecado es una de las cosas que nos hace perder la gracia de Dios. Pecar es perder el camino y al perder el camino nos alejamos de la voluntad de Dios. Pecar es el apego previsto a ciertos «bienes» (ver definición de pecado en el Catecismo de la Iglesia Católica).
La mentira es uno de los pecados más prevalecientes. En las Sagradas Escrituras, al mentiroso se le compara con un ladrón. El mentiroso siempre vive deshonrado.
El pecado entra en nuestras vidas con mucha facilidad, empezando por el pensamiento. Es la tentación la que nos empuja hacia el pecado. El propio Jesucristo fue tentado por Satanás. Cuando nos alejamos de la oración, de la Eucaristía, de los caminos del Señor, ahí la tentación nos amenaza con mucha más fuerza.
El poder es otra tentación que nos mueve al pecado. Creernos que somos importantes, que sabemos más que los demás, que tenemos más que los demás y que por ende somos más que los demás.
En las Sagradas Escrituras podemos encontrar todas las cosas que se constituyen en pecado para el hombre. Quien come y bebe el cuerpo de Cristo indignamente, come y bebe su propia muerte.
El pecado sólo puede ser reparado a través del sacramento de la Reconciliación (la Confesión). Todos pecamos y por ellos estamos llamados a buscar la reconciliación.
Donde se debe notar que somos verdaderos cristianos practicantes es en la propia sociedad en donde nos desenvolvemos, observando una conducta alejada del pecado, una conducta alejada de los bajos instintos.
Jesucristo nos ama con nuestras virtudes y defectos, pero cuando estamos en pecado perdemos la gracia santificante de Dios. Sin embargo, la Misericordia Divina de Dios es más grande y nos invita a reconciliarnos con Él continuamente. Es estando en estado de gracia que podemos caminar en santidad.
La falta de perdón es otra de las cosas que nos lleva a perder la gracia santificante de Dios. El perdón una expresión del amor de Dios para con nosotros. La falta de perdón nos enferma, nos angustia, nos aprisiona, nos llena de resentimientos.
El perdón nos libera de todas las cosas que no nos dejan ser verdaderos discípulos de Jesucristo; nos devuelve la alegría, el gozo de vivir en plenitud. Es a nosotros mismos que nos beneficia el perdón.
La capacidad de perdonar libera. El que perdona ama, el que no perdona, no sabe lo que es amar y el que no ama no puede llamarse cristiano. Esto incluye el perdón a nosotros mismos, ser misericordiosos con nosotros mismos. Si no podemos ser misericordiosos con nosotros mismos, no podemos hacerlo con los demás. Solamente a través de la fuerza del Espíritu Santo podemos hacernos hombres y mujeres (creaturas) nuevas, capaces de perdonar.
En la oración que el propio Jesucristo nos dejó está el perdón – pedimos perdón y decimos que perdonamos a los demás. ¿Lo hacemos así? –. Al pedir perdón nos humillamos y al humillarnos en realidad nos superamos a nosotros mismos, superamos las miserias que nos mantienen aprisionados.
Pasos que son importantes para perdonar
- Pedir la presencia del Espíritu Santo.
- Identificar la herida que hicimos o que nos hicieron.
- Decidir perdonar a pesar de lo que sentimos o pensamos al respecto.
- Confesarnos con nuestros labios, es decir, pedir el perdón con palabras.
- También (y, sobre todo), acercarnos a Dios y pedirle un nuevo corazón.
El Señor nos ha dejado este tiempo de Cuaresma para que nos revisemos, para identificar aquellas cosas que necesitamos reconocer y llevar a los pies del Señor, en busca de su Gracia y de su Divina Misericordia, en busca de reconciliarnos con Él.
Reflexión: Identifiquemos esas cosas que necesitamos hacer para reconciliarnos con los demás y hagámosla.
Canto – AMAR & PERDONAR.
Pide al Señor para que nos ayude a sanar y transformar nuestro interior. Cierra tus ojos y concéntrate, solo tú y el Señor.
Identifica esas cosas que te marcaron desde el inicio de tu existencia. No tengas miedo… ¡Bendito y alabado seas, Señor! ¡Gracias Señor!
Miércoles, 11 de marzo
Tema del día: Cristo, palabra de vida que nos transforma
Charlista: María Elena Hernández.
Durante este retiro la palabra Transformación ha sido repetida varias veces. Transformación es cambio. Debemos estar atentos para ver dónde buscamos el cambio y en quién lo buscamos. Estamos llamados a buscar nuestra transformación en el propio Cristo Jesús.
Cristo Jesús vino a traernos la posibilidad de cambio. Es a través del bautismo (cuando nos convertimos en hijos de Dios y hermanos de Jesús) y de la obediencia a la Palabra de Dios que podemos ser transformados.
En la comunión (cuando comulgamos), el propio Cristo Jesús nos comparte su gracia y su divinidad, haciendo posible que nos vayamos transformando desde nuestro interior, para parecernos más a Él. Así también nos demuestra cuánto nos ama y cuánto nos perdona (cada vez que llegamos a Él arrepentidos de nuestros pecados).
Luego, en la Confirmación, seguimos ese proceso de conversión, al reiterar nuestra entrega como cristianos comprometidos.
Es en la obediencia a la Palabra de Dios, y cuando la compartimos con los demás, que verdaderamente empezamos a parecemos a Cristo Jesús. La Palabra de Dios es la que nos muestra cómo podemos llegar a ser plenamente felices y receptores de su gracia.
En el servicio encontramos otra forma de transformarnos, pues es en el servicio a los demás, por amor y sin esperar nada a cambio, que demostramos ser verdaderos discípulos de Cristo Jesús.
Nuestra vocación de servicio debe empezar en el hogar, en el matrimonio, en la familia. Así sucede con los demás sacramentos; en estos se refleja el valor del servicio como elemento transformacional de todo cristiano practicante.
¿En mi vida, cómo me está llamando el Señor a la transformación?
Es a través de la misericordia para con los que nos rodean que el Señor quiere que demostremos que realmente somos cristianos practicantes, especialmente con aquellos que nos generan mayores incomodidades, con quienes sentimos menos compatibilidad, incluso, con los que nos desagradan.
Para lograr esto estamos llamados a abandonarnos, a salir del «yo», a darnos a los demás, a colocarnos en el lugar del otro, a ser misericordiosos como el Padre es misericordioso con nosotros a pesar de nuestras imperfecciones. Es en la relación directa, en el dialogo sincero, cercano y profundo con el Señor, que podemos sentir el amor inmenso de Dios Padre por nosotros (Papa Francisco).
Cristo Jesús no se quedó en la cruz, sino que pasó por ella para el perdón de nuestros pecados; y resucitó para quedarse con nosotros, acompañándonos, guiándonos, hablándonos a través de su Palabra.
El Señor nos pide que estemos atentos, que nos mantengamos en comunión (contacto) permanente con Él, pues Él SIEMPRE NOS ESCUCHA, aunque nosotros no lo sintamos.
En este tiempo de Cuaresma, el Señor nos llama de manera especial a que sigamos su camino, a que tengamos en cuenta y pongamos en práctica las obras de misericordia (espirituales y corporales), a que salgamos al encuentro con los más necesitados: a darle de comer al hambriento, a vestir al desnudo, a visitar al privado de libertad y al enfermo, a darle posada al peregrino, a enterrar a nuestros muertos…
Recordemos que la transformación a la que hemos sido llamados NO se trata de lo que nosotros entendemos por “cambio”, sino más bien de una transformación según la voluntad de Dios Padre.
Entonces, dispongámonos, con un corazón abierto, a escuchar detenidamente la voz del Señor, de modo tal que podamos discernir qué es lo que Él quiere que nosotros cambiemos.
Para ampliar, puedes buscar los Diarios de Santa María Faustina sobre el poder de la Palabra de Dios en la vida del hombre.